martes, 12 de junio de 2007

POR UN PASADO EN SILENCIO, UN PRESENTE FELIZ Y UN FUTURO POR DESENMARAÑAR

“Me muero por conocerte”…, y así empezó la banda sonora de algo que existió.
Llegó el momento: dos extraños se conocen y empiezan a, no sé…

En aquella primera tarde algo no concordaba, eran tan diferentes...
Una segunda vez, una nueva oportunidad para conocerse y aprovecharon la ocasión. Se desnudaron. Ahora sin vestiduras no había donde esconderse; los ojos dejaban de juzgar en cada gemido, en cada arranque de placer.

En horizontal todo funcionaba pero tras abrochar el último botón… de nuevo la distancia se hacía palpable.
Ella no veía en él lo que buscaba, quería verse reflejada pero no se encontraba.
Una tarde, o una noche, una tercera vez volvieron a verse, los dos se pusieron de acuerdo en un pacto sin palabras. Volvieron a saciar su calor entre el algodón de las sábanas.
Ella buscó de nuevo en sus ojos, él dejó ver al cordero que pretendía esconder tras su piel de lobo. Ella se tranquilizó, las manos que ahora paseaban por su espalda parecían más calientes, más cercanas.
Al despertar a su lado, al decir adiós, allí estaba aquel desconocido, tan frío, de nuevo tan extraño.
Sonaba un mensaje: ¡Era él!, ella sintió miedo, se estaba encariñando al son del margen de la distancia vacía interpuesta.
Y una vez más hicieron el amor para dar paso a la guerra.

Ella quería gritarle, pedirle que fuese él, aquel que en contadas ocasiones dejaba entrever, ese ser tierno, afable y protector capaz de impregnar el aire de sonrisas.

“¡No tengas miedo!... que más miedo tengo yo. Aclara tus ideas, quédate conmigo”

Pero al final sólo eran pensamientos que su boca nunca se atrevía a pronunciar.

La mañana robó las horas de imsonio a la madrugada. Ella puso primero un pie en tierra firme y luego el otro, salió hacía el baño y se buscó en el espejo, mojó su cara en un intento vano de borrar las horas pasadas.
Tres mensajes domingueros, tres mensajes sin sentido, sin ningún sentimiento.
Seguía ante el espejo y pensó: “Este tío es imbécil…”, de nuevo se echó agua “… pero le quiero”.
Se quitó el manto, se descubrió, y ahora, más claro que nunca, sabía que aquello fuese lo que fuese no podía continuar.
Alejarlo de ella era fácil, a aquel niño bien y pretencioso sólo tenía que darle o pedirle acercamiento para que echase a correr:
Por un beso que no esperaba, un metro.
Por una caricia y un te quiero, un kilómetro.
Por un quiero que seas el padre de mis hijos, una vida.
Y así se cerró la última puerta, en silencio, sin heridas que dejasen cicatrices.

Una vez más y siempre, ella y él, él y ella.

2 comentarios:

Peper_sbd dijo...

Os poneis las pilas rapido eh!

Sergio dijo...

A veces para tener lo que uno quiere es necesario hacer justo lo contrario... Felicidades por el blog, ya estás en mi lista de lecturas :)