lunes, 22 de octubre de 2007

TOMASA


En su juventud Tomasa había cogido el tren de la mala vida. Tenía quince años cuando por las vías de la estación de su pueblo paró un tren de cercanías, subió a él y allí conoció a Gustavo, un hombre de treinta y siete años que con sus malas artes engatuso a Tomasa. Ella niña en amores y mujer en sentimientos, conoció el flechazo, se enamoró perdidamente del tal Gustavo en aquel breve trayecto, dejando que sus oídos no oyesen nada más que lo que él a bien tenía que contarle, explicarle y/o relatarle.

A Tomasa la enviaban sus padres a otro pueblo para ejercer de interina en una buena casa, según se entendía. Ella estaba resignada a cumplir las órdenes de sus padres y más tardes la de los dueños de la casa a la que iba a servir, pero Gustavo le abrió los ojos a un nuevo horizonte.

Serían las nueve menos cuarto de la noche cuando el tren entraba en la estación de un nuevo lugar, Gustavo ayudo a bajar el equipaje a Tomasa, un pequeño atillo con lo justo. La acompañó a la casa señorial haciéndole promesas de amor y quedaron en que se verían el primer día libre que tuviera la muchacha.

Un hombre de pelo cano y bigote le abrió la puerta, Tomasa se sorprendió al ver la gran altura que éste tenía. El hombre le pidió que se dirigiese a la puerta trasera, la de servicio, allí la esperaba una señora regordeta, con mejillas sonrosadas, era el ama de llaves.
Le dieron unas instrucciones básicas del funcionamiento de la casa y de las tareas que tendría que realizar: la colada, fregar, limpiar el polvo y en algunas ocasiones, cuando hubiese invitados, preparar y servir la mesa. Acto seguido la acompañaron a su habitación, ésta se componía de una pequeña cama, un tocador, un armario y una mesita de noche, era austera pero se tenía que conformar, ahora vivía pensando en Gustavo, así que el amor que acababa de conocer le hacía ver todo de una forma más positiva.

Pasó una primera semana llena de altibajos, su madre le había acostumbrado a hacer los quehaceres de la casa pero no a los gritos que a la mínima de nada le daban otras criadas por algunos fallos que Tomasa novel en la materia cometía. Muchas noches lloraba en su habitación pero pensar en Gustavo le devolvía la sonrisa.

Llegó su primer día de fiesta, se puso su mejor vestido y salió a la puerta, de la puerta a la verja de entrada, pero allí nadie la esperaba, la desazón llegó a su corazón, pensó que Gustavo se había olvidado de ella. Después de cuatro horas esperando, volvió de nuevo a la casa, se encerró en su habitación y empezó a escribir cartas de amor, aunque casi estaba segura de que él jamás las recibiría. Se quedó dormida entre cuartillas y pronto sonó el despertador que le anunciaba un nuevo día de tareas y gritos.

Empezó la mañana ayudando a la cocinera, la única persona que la trataba amablemente. Era una mujer con edad suficiente como para jubilarse, viuda y sin hijos, así que acogió a Tomasa como a una hija, la hija que siempre había deseado. Siempre que podía requería su ayuda en la cocina para evitar los encontronazos con el resto del servicio que siempre que tenían la mínima ocasión abusaban de la pobre Tomasa.

Llegó un nuevo día festivo y esta vez, al ser final de mes, había cobrado. De nuevo se puso su mejor vestido y salió de la casa, en la verja la esperaba Gustavo. Desde lejos lo distinguió entre la arboleda y el corazón se le disparó, Gustavo no se había olvidado de ella.
Al llegar a su altura, lo miró y él sin mediar palabra la besó intensamente, ella creyó morir entre sus brazos y no le importaba, sólo deseaba que aquel momento no acabase.
Gustavo sin soltar la cintura de la joven le preguntó:

- ¿Qué te apetece hacer?
- Necesito ir a una oficina de correos para enviar mi paga a mis padres
- No te preocupes, eso lo podemos hacer más tarde, ahora te invito a desayunar.

Subieron a la moto de Gustavo y se dirigieron a otro pueblo que estaba a pocos kilómetros, allí pasaron el día, Tomasa flotaba ante su felicidad.

Casi tocaban las ochos y a las ocho y media tenía que estar de vuelta, así que le pidió a Gustavo que la llevase de nuevo a la casa.

Ya en la puerta, él la volvió a besar una vez y dos, y una más. Y le dijo:

- ¿No tenías que enviar el dinero a tus padres?
- ¡Ay, Dios mío, me olvidado!
- No te preocupes, dámelo y dime la dirección que yo se lo envío.
- Gracias.

Tomasa le dio el dinero y la dirección confiando a ojos cerrados que su amado cumpliría con en el envío.

La felicidad era el estandarte de Tomasa, hasta parecía que el resto de servicio la respetaba, estaba esplendida.
La cocinera sospechaba que tanta felicidad no era cosa de que el personal hubiese pasado de gritarla a ignorarla, así que se atrevió a entrar en conversación íntima con Tomasa.

- ¡Chiquilla, qué feliz te veo!
- Sí – decía Tomasa sin mucho afán
- ¡Ay! Que me parece que tú tienes algún amor por ahí.

Tomasa, sólo sonreía

- Ten cuidado pequeña que hay mucho “aprovechao”
- ¡No!, Gustavo es bueno.
- ¡Vaya!, si tiene nombre el “enamorao”. Bueno tú tómatelo con calma y no te fíes ni de tu sombra. Más sabe el diablo por viejo que por diablo.

Tomasa besó a la cocinera para calmar su preocupación y espero su día libre. Al llegar ese día esperaba a Gustavo pero esta semana igual que aquella primera tampoco hizo aparición alguna. Las lágrimas volvieron a mojar las mejillas de la enamorada Tomasa que se resignó a esperar otra semana en la que no tuvo mejor resultado que la anterior. Entró en la casa como alma que lleva al diablo y al pasar por la cocina vio a su vieja y buena cocinera, apoyó la cabeza en su regazo…

- ¡Ay, pequeña!, en esto del amor siempre una acaba llorando.
- ¡No ha venido, esta semana tampoco ha venido!
- ¿Y dices que es un buen hombre?
- Sí, sí, sé que es un buen hombre.
- Entonces seguramente es que ha tenido algo que hacer o estará enfermo.
- ¿Enfermo?, no, no puede estar enfermo…. Y si tienes razón y está enfermo, tengo que encontrarle, ir a verlo.
- Dile al chófer que te lleve al pueblo de al lado.
- No me llevará.
- Sí, tú hazme caso que yo hablo con él.

Así fue, la cocinera habló con el chófer y éste llevó a Tomasa al pueblo, allí se dirigió al bar donde habían desayunado el día que estuvieron juntos y preguntó por él, desde allí le dieron la dirección de una pensión y cuando llegó a la puerta de la misma, vio a Gustavo bajando por las escaleras que llevaban a la puerta de entrada, tras él una bella y alegre muchacha bajaba riendo a carcajadas.

- Hola Tomasa, ¿qué haces aquí?
- Llevamos dos semanas sin vernos.

La bella muchacha se agarró al cuello de Gustavo y se creyó libre de escuchar la conversación.

- He estado muy ocupado
- Ya lo veo

Tomasa se giró sobre sus zapatos y aguatándose su rabia cogió calle abajo, Gustavo corrió tras ella.

- ¿Qué te pasa?
- Nada, vuelve con esa.
- ¿Estás celosa?
- No.
- Es mi hermana.

Al oír estas palabras, Tomasa, volvió la cabeza y medio sonrió, ocasión que el avispado Gustavo aprovechó para besarla.

- Espérame aquí que voy a por la moto.

Tomasa esperó paciente durante más de media hora. Gustavo llegó y le hizo un gesto para que subiese, estuvieron todo el día paseando y al atardecer la llevó a un lago donde no había nadie.
Se tumbaron en la hierba, él cogió la mano de ella, recitó algunos versos que había aprendido de memoria y se giró para posar una pierna entre las de ella y comenzó a besarla.
Desabrochó el primer botón de la camisa de Tomasa, ella se estremeció pero le dejó hacer. Le desabrochó el segundo botón y mientras hacía malabarismos con sus dedos la besaba sin parar, mordisqueaba su cuello puro y a la vez desabrochaba un tercer un botón y un cuarto, en un ataque de moral Tomasa se cogió la camisa, Gustavo le susurró que se tranquilizase que todo lo que él tenía pensado hacerle le iba a gustar. A Tomasa le recorrían varios sentimientos, pero el de amar a su amado, el de complacer a su captor de corazón le podía. De fondo escuchaba los sabios consejos de la cocinera, las palabras claras y concisas de las monjas de su colegio sobre el pecado de la carne, la severidad de sus padres ante aquel tema, pero al final el poderoso sentimiento del amor recién encontrado pudo más que todo aquel tormento de voces.
En un movimiento magistral Gustavo introdujo su mano bajo el sostén de Tomasa y ella aunque tensa sintió como sus pezones se endurecían y lo mucho que parecía gustarle a Gustavo aquella reacción.
En menos de lo que pudo darse cuenta, sintió que algo se le clavaba dentro, sintió dolor contrariado por placer, no había acabado de asimilar aquel primer contacto en su interior que sintió varios empujones y de repente un vacío. Tendido a su lado, Gustavo que lanzó un suspiro y siguió mirando el cielo. Ella se vistió rápidamente y avergonzada pidió a Gustavo que la llevase a su casa. No hubo respuesta por parte de él y ella empezó a llorar.
- ¿Qué te pasa niña tonta?
- Por favor, llévame a la casa.
- Sí, sí tranquila, ya te llevo.

Gustavo era frío como el hielo, todo lo cariñoso y caliente que momentos antes había sido había desaparecido junto al último empujón.
Se subieron en la moto y él aceleró, Tomasa clamaba, perdiendo sus lágrimas en el aire, que fuese más despacio, que tenía miedo, ante éstas palabras Gustavo aceleró todo lo que pudo y en la primera curva, igual que el que pierde un lastre pesado, perdió a Tomasa, sintió el golpe de la muchacha al caer pero tan siquiera hizo amago de ver que había pasado siguió su camino sin importarle si Tomasa estaba viva o muerta.

Tomasa yacía sobre la carretera inmóvil, la mala suerte se cernía sobre ella, nadie pasaba por allí.

Gustavo llegó al pueblo con una sonrisa de oreja a oreja, se encontró a un par amigos y ni por asomo les contó la suerte que había corrido la pobre Tomasa, a nadie pidió que fuera a ver si estaba bien. Los tres amigos andaban por el el pueblo para ir a un burdel de las afueras, cuando al girar el callejón por donde soltaban las vaquillas en la fiesta mayor, Gustavo sintió como un metal ardiendo penetraba en su estómago, cayó malherido y en minutos falleció. El agresor se quedó mirando y fue detenido en el lugar de los hechos, alegó en su declaración que la honra de su hija había sido mancillada por tan deshonesto individuo.


Se abrió la puerta de un coche y se bajó una mujer, recogió a la muchacha y la llevó a la casa, curó sus rasguños y pasó toda la noche al pie de su cama. Ya por la mañana, Tomasa la primera imagen que vio fue la de su fiel cocinera, la abrazó y ésta le devolvió el abrazo.
- ¿Cómo sabías dónde estaba?
- Eran las diez y no habías vuelto, pedí al chófer que me llevase a buscarte y cual no fue nuestra sorpresa cuando te encontramos en la carretera.
- Él, él, él…. - se entrecortaban las palabras.
- No te preocupes niña, que a cada cerdo le llega su San Martín.



26 comentarios:

Unknown dijo...

Yo ni de broma le doy el dinero a ese listo! ayyyyyyyy ... el amor es ciego claro!
Yo no confío mi dinero a nadie por favor!... pobrecilla!
Que historias, niña! como enganchas hasta el final. Por fin vuelvo a ser la primero en postear lo echaba de menos que siempre llego casi la última. besotes

rosa dijo...

he estado enganchada hasta el final. me gustado muchisimo.
un beso

thesil dijo...

Desde luego el amor es ciego y cuándo se es primeriza aun más. Qué buena fábula!
Besos

Paco Becerro dijo...

Superandote con cada entrada.

bravo, una vez más...

Él dijo...

Dar dinero no es bueno, muy cierto. Pero aún peor es dar corazón...

இலை Bohemia இலை dijo...

Muy buena historia, he conocido a alguna Tomasa...

BSS

Lucía dijo...

Ay qué inocente. El amor nos ciega y no vemos más allá de nuestras narices. Pobre Tomasa.
Besos.

Unknown dijo...

virgen santa! que historión.

felicidades chicas las historias son alucinantes,
bess

Belén dijo...

Vamos hombre, el Gustavo de los huevos!!!!

Acabo como merecía ;) besosssssss

fiorella dijo...

Que bien que escribìs!!La historia es la de tantas y tantas.Un beso

Doña Paranoica dijo...

¡¡¡¡Qué gran frase la última!!!!. Yo espero que a muchos cerdos les llegue ese santo, porque falta les hace.

Como siempre, un besazo enorme

Anónimo dijo...

Otra nueva historia con mensaje. La inocencia del amor traicionada por la desvergúenza y la avaricia de un desalmado que acaba pagando sus culpss.
Besos

venus dijo...

el amor es ciego e inocente creo


un beso

Necio Hutopo dijo...

A mi me da que uno debe ser honesto en cualquier circunstancia... Así que debo reconocer que no me gustó... No sólo no me gustó, sino que me parece de lo peorcito que he leído... Una cosa es estar enamorada (que sí, te hace hacer cosas muy estúpidas), y otras muy distinta es ser idiota de la cabeza... Además, el final parece metido con calzador, no se justifican ni el final "feliz" de Tomasa ni el "castigo" al agresor.

No se me malinterprete; escrito está muy bien escrito... No es la forma, sino el fondo

Pasitos de bebe dijo...

Muy buen relato, me encanta, atenta a la pantalla, inmersa en la lectura. Es lo que tiene el amor, la confianza, pobre Tomasa...

Nosotras mismas dijo...

Gracias a tod@s por taconear.

Besos

Le Mosquito dijo...

pasaba a saludar

Anónimo dijo...

El amor es ciego, sordo y mudo.

Jassy dijo...

Pobre Tomasa, felizmente que tenia a la cocinera
Me encanta este blog!

DuLcE tEnTaCiÓn dijo...

Menuda historia! la verdad es que el amor es ciego, pero.. ¿tanto?:( pobre Tomasa y que manera tan tonta de perder su inocencia.
besos

Peggy dijo...

Esta muy bien , pero Tomasa debe seruna mujer del siglo pasado...digo Yo:)

PoYo ت dijo...

me gusto... maldito sea gustavo!
en verdad.... aun quedan almas tan frias que hacen eso por gusto..
pero no creo que queden muchachas tan decentes.. jeje
al menos por aqui ya no
saludos!!!

Waiting for Godot dijo...

Y saber que hay tantas historias así. Besotes.

Tawaki dijo...

Por lo que he visto hasta ahora os gustan las historias truculentas.

Luna Carmesi dijo...

Me encanta la narración.
Lo malo es que siempre hay Tomasas y siempre hay Gustavos.
:-/

Gerardo González García - triplege - dijo...

Fiera historia, llena de pasión, desengaño, lo peor y lo mejor de esta raza que se dice "humana".