miércoles, 13 de junio de 2007

PROMESAS INCLUMPLIDAS

Mauricio ya tenía treinta y dos años y una vida dilatada en cuanto a juergas se refería, en su favor he de decir que también había sido buen estudiante y ahora era un estupendo abogado. Gracias a los contactos de su padre era socio de un gran bufete.
Todo el mundo le “amargaba” las comidas presentándoles posibles candidatas a ser su esposa. Él se las iba quitando de encima como buenamente podía, aunque a veces le metían en tales jardines que casi se ha visto obligado a llevar anillo de compromiso incluso antes de conocer a la aspirante.

Era verano y estaba a la vuelta de la esquina sus treinta y tres, se le antojó buena edad para por fin abrirse a sus padres, ya no podía negar más la evidencia, aunque sus familiares estuviesen cegados.
Se casaría en navidades, aunque de sobra sabía que sus padres no verían con buenos ojos el enlace y no sólo porque la futura familia política no fuese de su misma clase social.
Llegó el día de su treinta y tres cumpleaños, había invitados por doquier, sobre todo mujeres solteras de alta alcurnia.
Como en toda fiesta de cumpleaños que se precie, hubo un momento pastel y brindis. El patriarca levantó la copa para brindar por su hijo, cuando éste le cortó.
- Disculpa papá, pero este año me gustaría hacer el brindis a mí.
- Por supuesto hijo, ya eres un hombre.
- Gracias. Familia, amigos, tengo algo que anunciaros: Las próximas navidades me caso.
Se oyó un murmullo generalizado, los allí presente se miraban entre sí preguntándose quien sería la afortunada.
- ¿Quién es la afortunada? – se oyó al fondo.
- Tío Baudilio, de momento me lo reservó, prefiero que primero conozca a mis padres y luego al resto.
Un ¡VIVA LOS NOVIOS!, dio fin al brindis.
Los días próximos, Mauricio fue preparando a sus padres para la pedida de mano que sería en casa de su futura suegra.
Le reservaba para el gran día, una aún más inmensa sorpresa.

El día de autos fueron todos en un sólo coche. Cuanto más cerca estaban del pueblo de la periferia donde se daría la cena, más blanco se le iba poniendo el rostro a la madre de Mauricio.

- Mauricio, hijo, ¿no nos hemos equivocado de ruta?
- No mamá. Vive en ese edificio.
- ¿En ese edificio?, ¿en un piso?
- Sí mamá, no todo el mundo tiene nuestra suerte.
- No es cuestión de suerte…
- Bueno lo que tu digas, pero por favor no me estropees la noche.

Subieron a pie unos cinco pisos, y a medida que iban ascendiendo su madre se iba preguntando para qué había perdido el tiempo poniéndose las pieles y cargándose con sus mejores joyas, si allí seguro no lo sabían apreciar.
Abrió la puerta una señora de unos cincuenta y tantos, teñida de cobrizo hasta las cejas y ataviada con delantal; a la madre de Mauricio le sonaba familiar aquella cara.
Mauricio la besó y su madre se escandalizó al ver que su hijo besaba al servicio, pero aún se escandalizó más cuando se la presentó como su suegra.
Las sorpresas no habían acabado ahí, la preciosa novia que sus padres se imaginaban para su hijo, aunque ésta fuera pobre, no era una chica, si no un chicarrón: Alberto.

Mauricio sabía que sus padres se comportarían dentro de una corrección por eso se sentía seguro, por lo menos lo estaría hasta la hora de volver a casa.
Empezaron la cena y los que se sentían los grandes señores tuvieron que admitir que todo lo que estaban comiendo eran delicias.
- Mauricio nos ha hablado mucho de ustedes. – Dijo la suegra
- Me alegro, porque nosotros hasta la fecha no sabíamos nada.
- No ponga esa cara, mujer no se preocupe, a mí también me ha costado entender la relación entre dos hombres, pero veo que se quieren.
- Disculpe, ¿el baño?.
- Pues como en todos sitios, al fondo a la izquierda.
- Gracias.

Mientras se dirigía al baño, en el pasillo vio colgados varios retratos y no pudo más que mirarlos, de repente supo de que le sonaba la cara de aquella mujer. No entró en el baño, volvió al comedor recogió su abrigo que estaba estirado encima del sofá y le dijo a su marido y a su hijo que no se encontraba bien, y que por favor la llevasen a casa.

Todos se despidieron.
Ya en el coche el esposo le preguntó:
- Querida, ¿has visto algo en el cuarto de baño?, ¿quizá una cucaracha?
- Papá, por Dios, que son muy limpios…
- Calla hijo. Tu madre está descompuesta por algo.
- Hijo mío, nunca te prohibido nada por eso ahora quiero que me prometas que me harás caso.
- Mamá, ya sé que es un hombre, pero le quiero y me quiere y me voy a casar con él.
- No es porque sea un hombre. Simplemente no te puedes casar con él.
- Mamá, lo siento pero no te voy a prometer nada que entorpezca mi felicidad.
- Por favor, hijo mío no te puedes casar con él.

Aquellas fueron las últimas palabras de su madre, antes de llegar a casa había fallecido a causa de un paro cardiaco.

En el funeral entre los ciento de familiares y amigos también estaban Alberto y la madre de éste.
Mauricio buscó el hombro de su novio después de que hubiese pasado la recepción pero no lo encontró, tampoco le cogió el teléfono. Fue a su casa y no había nadie. Después de un mes sin saber nada de él y casi volverse loco, llamaron a su puerta.
Ante él su prometido con una carpeta. Mauricio se abalanzó a besarle, por respuesta encontró un giro de cara.
- ¿Qué pasa?, ¿qué he hecho?
- Tú no has hecho nada. Pero no podemos estar juntos.
- ¿Por qué?
- Siéntate.
- Ven, iremos a mi despacho. ¿Qué pasa?, me moría por verte.
- Somos hermanos.
- Venga…, déjate de chistes.
- Ojala fuese un chiste. ¿Olvidas que yo también te amo?
- ¿Por qué dices que somos hermanos?
- Por qué en septiembre, el día de tu cumpleaños, mi madre hizo treinta y tres años que dio a luz a un niño. Ese niño se lo arrebataron la primera noche de su cunita mientras mi madre cansada, después de veinte horas de parto, dormía. Le dijeron que ese niño había muerto, pero diez años después, cuando yo apenas tenía tres años vino a mi casa una enfermera con mala conciencia, tenía cáncer y quería, al menos, curar su alma. Le contó todo a mi madre y le dio el nombre y apellidos de la que hasta ahora ha sido tu madre. Mi madre no pudo localizarla, ni tuvo manera de saber quien era hasta el día que estuvo aquí, en su funeral. ¿No dices nada?
- No sé que decir. Me parece un cuento chino. Si ya no quieres estar conmigo, déjame pero no manches la memoria de mi madre.
- Aquí en esta carpeta te he traído todos los documentos que mi madre, que también es la tuya ha podido recopilar.
- ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡PAPÁ!!!!!!!!!!!!!!!!!
- ¿Por qué llamas a tu padre?
- Porque seguro que él sabe algo. Y podrá aclarar todo este malentendido.
- ¡Hijo, ¿qué pasa?!!!!
Mauricio le contó con pelos y señales todo lo que acaba de escuchar, su padre se vio acorralado y le confirmó aquella historia. Mauricio rompió a llorar.
- Hijo, por favor, no creas que tu madre y yo éramos delincuentes.
- ¿Qué quieres que creas?, me robasteis de una cuna.
- Sí, es cierto. Primero te pedimos a aquella madre que por su corta edad y por su falta de recursos posiblemente no te podría cuidar, pero ella no quiso…
- Papá, por Dios, como te iba a regalar a su hijo.
- Hijo, tu padre era mi hermano. Falleció pocos días antes de tu nacer de sobredosis. Eres sangre de mi sangre.
- Eso no arregla que cometierais un delito.
- Lo hicimos por tu bien.

Alberto se puso en pie y le dijo:

- ¿Por su bien?. ¿Sabe una cosa?, mi madre nunca ha tenido para grandes lujos, pero a mí nunca me ha faltado la educación, ni la comida. Pero sí me he carecido de una cosa… El brillo que ustedes le arrebataron a los ojos de mi madre. El mismo brillo que acaba de arrebatarle a su hijo y a mí mismo.
- Podéis recuperar el tiempo perdido.
- No podemos recuperar nada. Ya no nos veremos nunca más, porque no se si entiende que amo a mi hermano y mi hermano me ama a mí.
Se escuchó un gran estruendo de cristales. Mauricio se lanzó al vacío dejando atrás la cristalera de su despacho.

1 comentario:

José Antonio dijo...

Un drama familiar del siglo XXI, muy bien relatado, la verdad sea dicha. Como dice el dicho, "nunca digas de este agua no beberé y ese no es mi hijo"