miércoles, 13 de junio de 2007

EL AULA DE FLAMENCO

¡ARSA!, ¡MIRA!, ¡OLÉ, OLÉ!, ¡POM, POM!, resonaba en el silencio nocturno del aula de flamenco. Eso venía sucediendo desde pocos meses después de que desapareciera, en circunstancias extrañas, Amparo, la profesora que en aquella época tenía contratada la academia como profesora de flamenco.

Ramiro era el bedel. Lo dejaban vivir en un pequeño cuarto del centro y a cambio de techo y un mísero sueldo, la verdad, vigilaba el centro de día y de noche, tampoco se le podía pedir gran cosa ya que el hombre le daba, con más frecuencia de la deseada, a la botella.

Un día, un grupo del profesorado estaba comentando lo mucho que aún echaban de menos a Amparo, que nunca se acostumbrarían a su ausencia. Todos confiaban en que todavía estuviera viva. Con ella lo único que desapareció fue su bolsa de trabajo, una camiseta, una falda, unos zapatos de tacón, unas castañuelas, un par de cd’s y poco más. Tan siquiera había cogido su bolso con la documentación, éste estuvo en su taquilla hasta que la policía la abrió.
Ramiro estaba escuchando la conversación y sin dirigirse a nadie en concreto dijo:
- La profesora viene cada noche a dar clases.
Todos se giraron al unísono:
- Ramiro, ¿qué ha dicho?
- Pues que la profesora esa de la que hablan viene cada noche a dar sus clases.
- ¿Está seguro?
- Pues claro. Desde que le cambiaron el turno viene cada noche pero es extraño porque no se ven alumnos.

Los profesores se miraron unos a otros con incredulidad y no volvieron a comentar el tema.

Ramiro cada noche oía: ¡ARSA!, ¡MIRA!, ¡OLÉ, OLÉ!, ¡POM, POM!,

Tatiana, la profesora de clásico, llegó más temprano de lo que era habitual y tuvo que picar durante un buen rato hasta que Ramiro le abrió la puerta.
- Ramiro, llevo media hora picando.
- Lo siento señorita, es que esta noche la clase de flamenco ha acabado muy tarde y me he dormido – comentó entre bostezos
- ¿La clase de flamenco?
- Sí señorita
Tatiana no preguntó nada más y sus pasos se dirigieron al aula de flamenco. Las piernas le flojearon cuando fijó su vista en el mantón que había colgado en la pared del fondo, estaba bien colgado pero parecía como mojado, sudado. El mantón era de Amparo, lo habían colgado allí en su honor.
Salió corriendo y se metió en la sala de profesores, estaba sofocada. Se fue tranquilizando a medida que iba pensando que Ramiro le había creado sugestión.
Cuando llegaron sus compañeros comentó el tema con ellos y todos estaban de acuerdos en que Ramiro empinaba demasiado el codo y que hacerle caso en algo así sería formar parte de su locura etílica.

Una semana después, serían las cinco de la madrugada, Tatiana despertó de golpe y a pesar de que no tenía clases hasta las nueves se fue para la academia.
Igual que otras mañanas estuvo picando un buen rato, hasta que Ramiro conseguía despertarse y abrirle la puerta.
Se cambió en los vestuarios y se dirigió hacia su aula pero antes se detuvo en la de flamenco.
La vista se le fue hacia el mantón. Este estaba mal puesto, arrugado y algo húmedo. Se enfadó, le parecía un abuso por parte de Ramiro utilizar cualquier pertenencia de las aulas pero aún más un recuerdo.
Fue hasta recepción y picó a la puerta que había detrás del mostrador principal, era la puerta de la “casa” de Ramiro. Éste le abrió:


- Hola señorita, ¿en qué le puedo ayudar?, ¿le pasa algo?
- Sí. Mira Ramiro si sigues utilizando las cosas sin ningún respeto tendré que dar parte a dirección – estaba muy enfadada
- ¡Yo no toco nada, yo no toco nada! – como era primera hora y todavía no le había dado tiempo de emborracharse parecía sincero.
- ¿Y qué dice del mantón del aula de flamenco?, el que hay en la pared.
- Yo no toca nada. Serán los de las clases nocturnas.
- Vamos a ver, ¿quién viene de noche?
- No sé, llegan tarde y no les veo, pero les oigo. Vamos que si los oigo…

Tatiana no se quedó convencida de la versión de Ramiro pero le había escuchado tantas veces decir lo de las dichosas clases nocturnas que bajo su cuenta y riesgo pidió las listas de alumnos y asistencia de los mismos a Pilar, la secretaria que llevaba estos temas.
Espero a las ocho y en cuanto la vio entrar la abordó.
- Buenos días Pilar – le dijo con voz de urgencia
- Buenos días – le contestó ésta pizpireta
- ¿Tienes las listas de asistencia?
- Sí, ¿de qué grupo?
- Del nocturno.
- Tatiana…, no tenemos grupo nocturno – y la miró con cara de extrañeza
- Pues Ramiro dice que de noche se dan clases de flamenco
- No le hagas ni caso. Con las borracheras que agarra no solo es capaz de decir que hay clases nocturnas, si no que las imparte el mismísimo Aznar – sonrió.

A la mañana siguiente volvió a la misma hora, a las cinco, casi le cuesta la misma vida que Ramiro le abriese la puerta pero al final lo logró.
- Señorita, si va a llegar siempre a esta hora se podría pensar ir pidiendo unas llaves.
Tatiana pasó del comentario del comentario.
Esta vez se fue directa al aula de flamenco. El mantón estaba húmedo y se quedó un buen rato mirándolo, luego se sentó en una silla negra que habían dejado en medio de la clase. Al posarse sintió que el asiento estaba caliente, como si alguien se acabara de levantar de ella. Más tranquila pudo percibir un olor extraño, no tenía muy claro si era a sudor. Ahora lo que decía Ramiro ya no se le antojaba tan raro.
Aquella tarde, después de sus clases, pidió a la dirección del centro si se podía quedar a aquella noche a preparar una nueva coreografía. El centro no puso oposición. Claro está, quería saber de primera mano lo que pasa en aquella aula de flamenco.

A las diez y media salía el último alumno y a menos cuarto Ramiro ya había apagado todas las luces excepto la del aula de flamenco, donde ahora bailaba Tatiana.
El bedel se retiró refunfuñando – otra noche con juerga. Cuando no es por una es por otra-

Serían las doce y media cuando Tatiana dejó de bailar, paró la música y se sentó en un rincón.
De repente le entró agobio como si sintiese que la clase estaba llena de gente y oyó: ¡ARSA!, ¡MIRA!, ¡OLÉ, OLÉ!, ¡POM, POM!,
Se despertó tapada con el mantón y aunque recordaba perfectamente el ruido del taconeo, ahora dudaba si había sido sueño o realidad.
Miró su propio reflejo en el espejo y vio que a un lado, con el sudor de un dedo, había escritos lo que parecían tres símbolos chinos.
La señora de la limpieza entró y limpio el espejo, con el polvo los símbolos también desaparecieron.
Tatiana no quiso tentar más a su suerte y durante un mes intentó olvidar lo sucedido, si es que había sucedido algo. Pero pronto la despertaron de su letargo. En el espejo del aula de flamenco de nuevo se podían ver tres supuestos símbolos chinos.

Prohibió tajantemente a la señora de la limpieza limpiar el espejo y allí espero ver pasar a un alumno suyo asiático y le pidió que le dijese que querían decir aquellas imágenes:
“EL SOL NACIENTE”
Tatiana no entendía nada pero estaba convencida que aquellos símbolos se escribían de noche.
Tras la jornada laboral se volvió a quedar en la academia y esta vez permaneció en los vestuarios hasta que oyó a lo lejos: ¡ARSA!, ¡MIRA!, ¡OLÉ, OLÉ!, ¡POM, POM! No se atrevía de salir pero se tenía que armar de valor y averiguar que estaba pasando. Poquito a poco y guardando el máximo silencio se acercó al aula de flamenco. Cuan grande fue su sorpresa cuando vio que dentro había un chico chino que jugueteaba con el mantón.
- Quieto, he llamado a la policía – se marcó el farol
- ¡Tlanquila!, yo buena gente, yo ayudal.
- Ayudal, ¿a qué?, digo ayudar
- Yo ayudal plofesola de flamenco
- ¿A qué profesora te refieres?
- A Ampalo.
- ¿Tú sabes dónde está Amparo?
- Sí, casa de familia.
- Lo de ¡ARSA!, ¡MIRA!, ¡OLÉ, OLÉ!, ¡POM, POM! ¿qué es?
- Mile, glabación. Llevo año y más poniendo pala ayudal a profesola, pelo nadie entelal.
- ¿Y lo del mantón?
- Yo mojal y yo tapal cuando tu quedal dolmida.
- ¿Qué significa “el sol naciente”?
- Lestaulante familial
- ¿Allí está Amparo?
- Sí, mi familia secuestlala pala aplendel flamenco
- ¿Dos años?
- Venil mucha familia de nuevo y ellos también aplendel.
- ¿Por qué no has avisado a la policía?
- Polque familia matal a mi, si sabel
- ¿Cómo está ella?
- Delgada, solo comel aloz y bailal.
- Gracias, yo llamaré a la policía.
- No, policía, no. Si policía, yo molil.
- No te preocupes no daré tu nombre, pero si esto es una milonga te juro que te mato con mis propias manos.
- Todo veldad, todo veldad.

Tatiana esperó al amanecer y así tuvo tiempo de hacerse un esquema de cómo le plantearía todo aquel enredo a la policía. Al final se decidió por el anónimo, llamó desde una cabina pública y dio toda la información. Pasó una semana y Amparo seguía sin aparecer, así que volvió a hacer la misma llamada cada día durante un mes y no lograba que nadie le hiciese caso. Cuando su paciencia estaba llegando al límite,

Amparo apareció sana y salva, delgada pero sana y salva. La policía la había encontrado en el almacén de un restaurante chino – El sol naciente- al desmantelar una red de asiáticos que hacían falsificaciones de bolsos.

1 comentario:

No entro por el aro dijo...

He estado leyendo tu blog, está muy entretenido.

Estas historias enganchan, eh.

Una que me gustó especialmente fue la del mail.

Un saludo!