domingo, 17 de junio de 2007

EL GRAN DÍA


De buena familia, gran cuna y mejor mesa. No a cambio de nada había más de un miembro de su familia dedicado a la iglesia y ya se sabe el dicho: “Comer como un cura”
El quinto hermano de ocho. Predicaba allá por donde iba, cada una de las enseñanzas recibidas en su, por decirlo de alguna manera, recto y creyente colegio.
Sus cuentos antes ir a dormir eran textos de San Francisco de Asís, San Juan Bautista y otros bíblicos personajes y después a rezar el rosario para, como bien tenía inculcado, ser puro y limpio de alma.
Los años habían pasado y a aquel niño ya no le contaban cuentos, ahora los leía él y sí, seguía, sin dejarlo ni una sola noche, rezando.
A los dieciocho apareció una muchacha que lo cameló. Ella procesaba la misma religión y con la misma devoción, aunque en estos tiempos pareciese difícil, ambos dos creían en el celibato hasta el matrimonio.
Como cualquier pareja iban juntos de vacaciones, pero para evitar posibles tentaciones cada uno se hospedaba en un hotel distinto.
Siete años de noviazgo. Siete largos años. Él seguía con sus creencias cada día más firmes. Pensaba en el matrimonio, siempre había pensado en ese fin. Con la unión ante Dios, vendría ese aire que apagaría su ardor. Cada vez que estos pensamientos impuros acudían a su mente, no le quedaba más remedio que darse una ducha fría, confesarse ante su padre todo poderoso y rezar una novena.
Por su parte la novia que de niña soñaba con ser monja y que esa idea voló de su cabeza cuando conoció a su chico ya entraba en la fase de desesperación. Lo había pensado mucho y había leído al respecto, la había consultado con amigas de religión laica y había tomado una decisión, con boda o sin boda ya no deseaba ser virgen. Amaba y se creía amada, se le antojo hermosa la entrega total ante los sentimientos procesados, a sus veinticinco las decisiones había que tomarlas con todas las consecuencias. Amar los unos a los otros, se repetía una y otra vez.
Una tarde sentados frente al mar, ella le dijo:
Quiero que hagamos el amor.
¿Qué quieres decir? – dijo él con expresión incrédula.
Que llevamos siete años juntos y quiero que hagamos el amor.
Ya sabes que eso no puede ser hasta que nos casemos. No deberíamos de tener esta conversación.
Para eso no sabemos cuanto queda.
En cuanto venga mi tío de las misiones.
¿Y cuándo calculas que será?
Creemos que como mucho estará allí un par de años más.
¿Creéis? ¿Dos años?..., ¿te das cuenta? … dos años
Tenemos que tener paciencia y allí arriba nos compensarán.
Bésame.- él la beso en la frente
Bésame – repitió ella, él se dio cuenta de lo ella quería.
¡NO!
¿Por qué?, no lo entiendo. Somos adultos.
Ya sabes que es pecado. La lujuria es un pecado capital.
Después nos confesamos. Pagamos nuestro pecado con unos rezos y todos tan contentos.
Esa no es la solución. Parece mentira que yo te lo tenga que explicar.
Se acabó.
Mejor, ves como es fácil entrar en razón, por fin el padre ha vuelto a entrar en ti y ha limpiado todos los pensamientos impuros.
No, esta vez no ha entrado nadie en mí y eso es lo que quiero que alguien entre y apague mi fuego.
Calla.
Ella se levantó y se fue, él se quedó mirando el mar.
Deseaba tanto o más que su prometida, pero no quería como destino final el infierno. Ahora habiendo sido fuerte y habiendo vencido a la lujuria sería compensado y al menos una parcela en el cielo ya estaba ganada. Volvió a enfriar sus ganas con una buena ducha.
La muchacha acudió llorando a casa de una amiga pero esta no estaba. En su lugar encontró al hermano de ésta. Sin que ninguno de los dos sospechara cuando se vieron por primera vez en el quicio de la puerta, apagaron su fuego, hicieron el amor hasta la nueva madrugada. Ella se relajó, él la amo momentáneamente.
Era domingo y él no la vio en misa, se preocupó, la sabía enfada pero nunca se le ocurriría faltar a misa dominical por una riña de enamorados.
La llamó. Ella no atendió la llamada. Él no supo nada más de ella hasta que se enteró de su embarazo.
Sintió ira y rezó, y se castigó… luego rezó por ella y por el fruto que crecía impuro en su vientre. Sabía que, ella, ya nunca entraría en el paraíso.
Una mujer muy guapa apareció en su vida, él la quiso solo para él, ella ya quería marido. Él supo bien lo que era el deseo, ella lo dejó desear. Él quiso llevarla consigo, ante los ojos de su Dios, todopoderoso. Ella le dijo que era creyente pero no practicante y que respetaba sus deseos de llegar virgen al matrimonio, aunque si quería estar con ella la fecha del enlace debía de ser inmediata. Él no podía perderla aunque ya conocía que ella ya no era tan limpia, ni tan pura como él.
Calló aquel “escándalo” ante sus hermanos y puso fecha de boda para dos meses. Era tal el deseo, la atracción que sentía que nada le daba consuelo. Rezaba y rezaba y no tenía remedio su erección casi constante. Su desesperación llegó a tal punto que empezó a perder pelo.
El día de su boda los nervios y la emoción le embargaban, había llegado el gran día.
Sí, había llegado el gran día. Mientras repartía los puros entre los invitados su corazón le jugó una última partida y se reunió con su Dios. Fue su gran día.

3 comentarios:

Sergio dijo...

Vaya día!!

PD. ¿Me dejarías incluir en mi blog tu post de 'tienes un mail'?

Nosotras mismas dijo...

Claro, incluye lo que quieras :)

José Antonio dijo...

A veces lo que entendemos por grande, no siempre significa ser bueno.
Buena entrada.
Saludos